sábado, 14 de agosto de 2010

La cueva del chivato

Una de las tantas Cuevas del Chivato, existió al pie de un cerro de la ciudad de Valparaíso, y dicen que era honda como la eternidad. Esta cueva estaba situada en el centro de la población.

Los habitantes de Valparaíso sabían que había dado a la cueva su nombre y mucha celebridad cierto chivato monstruoso que, por la noche, salía de ella para atrapar a cuantos por ahí pasaban. Era fama que nadie podía resistir a las fuerzas hercúleas de aquel feroz animal y que todos los que caían en sus cuernos eran zampuzados en los antros de la cueva, donde los volvía Imbunches si no querían correr ciertos riesgos para llegar a desencantar a una muchacha que el chivo tenía embrujada en lo más apartado de su vivienda.

Los que se arriesgaban a correr aquellos peligros tenían que combatir primero con una sierpe que se les subía por las piernas y se les enroscaba en la cintura, en los brazos y la garganta, y los besaba en la boca; después tenían que habérselas con una tropa de carneros que los topaban atajándoles el paso, hasta rendirlos, y si triunfaban en esta prueba, tenían que atravesar por entre cuervos que les sacaban los ojos, por entre soldados que les pinchaban. 

De consiguiente, ninguno acababa la tarea y todos se declaraban vencidos antes de llegar a penetrar en el encanto. Entonces no les quedaba más arbitrio para conservar la vida, que dejarse imbunchar, y resignarse a vivir para siempre como súbditos del famoso chivato, que dominaba allí con voluntad soberana y absoluta.

Lo cierto es que nadie volvía de la Cueva a contar lo que acontecía, y que casi no había familia que no lamentara la pérdida de algún pariente en la Cueva, ni madre que no llorase a un hijito robado y vuelto imbunche por el chivato, pues es de saber que éste no se limitaba a conquistar vasallos entre los transeúntes, sino que se extendía hasta robarse todos los niños malparados que encontraba en la ciudad.



El Caleuche

Cuenta la leyenda que el Caleuche es un buque que navega y vaga por los mares de Chiloé y los canales del sur. Está tripulado por brujos poderosos, y en las noches oscuras va profusamente iluminado. En sus navegaciones, a bordo se escucha música sin cesar. Se oculta en medio de una densa neblina, que él mismo produce. Jamás navega a la luz del día.
Si casualmente una persona, que no sea bruja, se acerca, el Caleuche se transforma en un simple madero flotante; y si el individuo trata de apoderarse del madero éste retrocede. Otras veces se convierte en una roca o en otro objeto cualquiera y se hace invisible. Sus tripulantes se convierten en lobos marinos o en aves acuáticas.
Relatan que los tripulantes tienen una sola pierna para andar y que la otra ésta doblada por la espalda, por lo tanto andan a saltos y brincos. Todos son idiotas y desmemoriados, para asegurar el secreto de lo que ocurre a bordo.
Al Caleuche, no hay que mirarlo, porque sus tripulantes castigan a los que los miran, volviéndose la boca torcida, la cabeza hacia la espalda o matándole de repente, por arte de brujería. El que quiera mirar al buque y no sufrir el castigo de la torcedura, debe tratar de que los tripulantes no se den cuenta. Este buque navega cerca de la costa y cuando se apodera de una persona, la lleva a visitar ciudades del fondo del mar y le descubre inmensos tesoros, invitándola a participar en ellos con la sola condición de no divulgar lo que ha visto. Si no lo hiciera así, los tripulantes del Caleuche, lo matarían en la primera ocasión que volvieran a encontrarse con él. Todos los que mueren ahogados son recogidos por el Caleuche, que tiene la facultad de hacer la navegación submarina y aparecer en el momento preciso en que se le necesita, para recoger a los náufragos y guardarlos en su seno, que les sirve de mansión eterna.
Cuando el Caleuche necesita reparar su casco o sus maquinas, escoge de preferencia los barrancos y acantilados, y allí, a altas horas de la noche, procede al trabajo.


El Alicanto


La leyenda dice que el Alicanto es un ave mágica que puede traer la suerte del minero, ya que habitaría en pequeñas cuevas entre los cerros de minerales del desierto; alimentándose con los minerales de oro y plata.
Se dice que esta mágica ave solo aparece de noche. Al alimentarse, cuando está en ayuno comería el oro o la plata rápidamente y cuando está casi satisfecho, comería lentamente estos metales; y si posteriormente tiene su buche (Bolsa membranosa de las aves en la que acumulan el alimento) lleno de alimento, no podría volar debido al peso de los metales con los que se alimentó. Luego de ello se dirigiría a su nido donde pondría dos huevos, de oro o de plata; dependiendo del tipo de alimento que haya consumido.
Los mineros que lograrían seguir al Alicanto y tenerlo por guía, se enriquecerían; ya que éste los conduciría a los sitios exactos donde existen ricos yacimientos o a los sitios donde hay algún tesoro enterrado. Aun así, se debe tener en consideración que el Alicanto sería muy celoso de su alimento y no desearía compartirlo voluntariamente con los seres humanos.
Sin embargo, si se siente perseguido se dice que esta ave oscurece sus alas confundiéndose con las sombras de la noche. Además aunque el minero sepa que esta ave una, vez ya bien alimentada, ya no podría volar, al Alicanto tampoco le sería difícil huir en estas condiciones si es perseguido, debido a que esta se ocultaría en cualquier recodo o grieta sin dejar ninguna huella de su paso.
Si la persecución lograra ser mantenida a pesar de los intentos del alicanto por esconderse, el Alicanto trataría de confundir y desorientar al minero que quiera perseguirla. Esta acción la realizaría mediante movimientos en que se perdería y aparecería, caminando con pasos más rápidos y a veces más lentos; hasta que en un momento arrojaría una luz muy fuerte que encandilaría a su perseguidor, dejándolo enceguecido en medio de un camino desconocido. La tradición dice que solo mediante una plegaria a la Virgen de Punta Negra, el infortunado podría encontrar la ruta de regreso a su hogar. En el caso de que el minero que la siguiese estuviera poseído de una ambición desmedida, el Alicanto muy enojado, guiaría al minero avaricioso hasta un precipicio o despeñadero; haciendo que sus perseguidores caigan y así mueran.
Debido a lo celoso que sería el Alicanto, se dice que un buen minero solo debe procurar seguirlo sigilosamente, y solo espiar el lugar de la montaña dónde se alimenta esta mítica ave. Posteriormente, solo después que el Alicanto hubiese comido tranquilamente, y tras su partida, el minero se acercaría a la buena veta (concentración) de mineral valioso, para obtener tan anhelados tesoros de la naturaleza. Igualmente los mineros serían felices si llegan a ubicarlo en pleno vuelo, ya que sería seguro que en algún lugar muy cercano existirían buenas vetas de oro o plata.


martes, 10 de agosto de 2010

MANU-TARA

Cuentan que antiguamente ni en Pascua ni en los islotes adyacentes se albergaban aves marinas y la siguiente es la historia de cómo se aclimataron en Motu Nui (islote grande).
En Hanga Nui (bahía grande), frente a la ensenada de Tonga Riki, había sobre una piedra una calavera que estaba al cuidado de una bruja llamada Hitu.
Cierta vez que la vieja se descuidó, una ola barrió con la calavera y la arrastró hacia el mar. La bruja, asustada, no trepidó en arrojarse al agua para alcanzar el cráneo, pero este último le llevaba cierta delantera y por más que la vieja se apresuraba no podía darle alcance. Así la calavera avanzando y la vieja persiguiéndola nadaron muchos, muchos días, hasta que arribaron a un peñasco, cuyas cumbres eran blancas a consecuencias de las deyecciones de las innumerables aves marinas que allí tenían sus viviendas. Trepóse nuestra calavera al islote e inmediatamente se convirtió en un esbelto príncipe, pues no era otro que Make Make, rey Motu Torema Riva (islote del pescado extranjero).
Con grandes muestras de júbilo fue saludado por Haua, genio sirviente de Make Make y cuyo oficio era cuidar los pájaros del islote. A Hitu se le hizo asimismo buen recibimiento y quedóse en el islote para ayudar en sus tareas al fiel Haua.
Parece que Make Make tenía cierta predilección por Te Pito He Nua (nombre antiguo de la isla), pues a los pocos días de estar en su reino ordeno a Haua cogese algunas aves y con ellas se dirigió a la isla. Llegado que hubo al Hanga Nui, se dirigió a Pojke y entre las rocas de la escarpada meseta les dio libertad para que anidasen y regresó a su islote.
Al siguiente año regresó para ver si se habían propagado, pero con ira y pena notó que los isleños se habían robado los huevos para comerlos. Cogió entonces las aves y las soltó entre las rocas de Baihu, pero allí pasó la misma cosa, por lo cual tomó idénticas medidas y largó las aves en Vai a Tare. Los de Vai a Tare no cuidaron las aves. Esto no satisfizo a Make Make en su viaje de inspección y cogiendo de nuevo las aves las llevo a Motu Nui. Aquí si qe progresaron de un modo asombroso y hasta hoy día el huevo de Manu Tara, cogido en Motu Nui en la primavera, es un alimento abundante y delicioso, gracias a la constancia del buen Make Make.


Leyenda de la campana de oro y los viejos castillos

En los tiempos de mi más antigua abuela –contó Tregua- llegaron a estas tierras hombres que parecían dioses, de cuerpos brillantes, montados en animales extraños y poderosos, como jamás se había visto.
Las flechas rebotaban en ellos, nada parecía hacerles daño. Los araucanos de más al norte que les habían hecho la guerra los creían invencibles. Hasta que descubrieron que bajo la capa brillante eran hombres como ellos, aunque de piel blanca. Y los hermosos animales, los caballos, podían ser amigos de indios o españoles.
En un principio, los huilliches, habitantes de estas regiones costeras, fueron buenos con los hombres brillantes; no les vieron el corazón y las intenciones que algunos de ellos traían. Además los extranjeros confundían a los araucanos guerreros con los huilliches campesinos, lo que fue una lamentable equivocación.
Estos no eran agresivos; cultivaban el maíz, la quínoa, las papas, recogían los frutos silvestres como piñones y avellanas, murtas y hongos de toda clase que se dan en los arboles y tierras. También cazaban pudúes, guanacos y huemules; y aves como las bandurrias, los patos silvestres; pescaban variedad de peces, y del mar sacaban mariscos.
Los recién llegados tenían hambre y los indios les convidaron de sus alimentos con generosidad. Hasta huevos de cisnes llegaban a sus mesas. Entonces el rio se llamaba Ainil y estaba lleno de cisnes de cuello negro.
Construyeron su primera ciudad, que nombraron Santa María la blanca y añadieron Valdivia, por su fundador.
Cuando estuvieron rodeados de murallas y se sintieron seguros empezaron el lugar de donde los huilliches sacaban oro.
Esos lavaderos se llamaron Madre de Dios.
Si la ambición no hubiera llenado las cabezas y los corazones de los hombres brillantes, la paz habría reinado en estas tierras y Valdivia seria ciudad principal de Chile.
Empezaron a exigir a los indios que trajeran oro.
Entretanto, unos grandes barcos entraban sin cesar por el rio, trayendo y llevando tesoros. Las gentes construyeron hermosas casas, muchas iglesias y celebraban fiestas donde la música y las joyas daban especiales tonos de elegancia y lujo.
Los indios buenos y mansos de estas costas se aliaron en secreto con los araucanos, guerreros de las cordilleras.
Los españoles habían fundido la mayor parte de su dorado metal en una gran campana cuyo tintineo cristalino recordaba a los huilliches su esclavitud.
Y una noche en que la ciudad resplandecía sobre la ciudad, una noche de fiesta y risas, un ejército oscuro avanzó entre las sombras.
Y mientras brillaban las lámparas con velas de pura cera, y las damas danzaban con sus vestidos de seda y los caballeros habían dejado sus armaduras para vestirse de terciopelos y encajes; mientras comían y bebían, descuidados, los indios asaltaron la ciudad, tiraron antorchas encendidas sobre los techos de alerces y empezaron a matar a los centinelas adormecidos.
En un segundo, la fiesta se transformo en espanto. Gritos de dolor y rabia se entremezclaban. La ciudad no tardo en arder y más que nunca pareció una ciudad de oro.
¡La campana, la campana! –gemía el que guardaba los tesoros. Pero nadie pensó sino que en salvar su vida y huyeron hacia tres galeones atracados en el puerto. Los que se libraron, contaron después los horrores de aquella destrucción.
De la hermosa Valdivia con sus torres sagradas no quedaron más que ruinas. Y los indios se llevaron prisioneros a 50 niños y 400 mujeres.
Los huilliches se apoderaron de la campana de oro y con la fuerza de su odio la lanzaron a lo más profundo del rio, en el lugar donde el Calle-Calle recibe las aguas del Cau-Cau. Todavía resuenan sus campanas en noches de tormenta, y cuando la luna atraviesa las honduras del rio, se le ve brillar.
Los demonios araucanos la frotan para que luzca siempre y la custodian para que nadie pueda alcanzarla.
Aquí Tregua hizo un silencio y Pelusa y Llanca creyeron escuchar en el viento el son cristalino de la campana misteriosa.
-Yo la he visto- comento Abandonado-. Pero no me interesa el oro, no se para que sirve, sino para hacer más hermoso el reflejo del rio. Seria tontera sacarla.
Luego de beber unos sorbos en la playa cercana, Tregua continuó:
-“Con la destrucción de Valdivia, vino la de otras siete ciudades. Y pasaron 50 años de silencio en que la selva creció entre las torres y las piedras de las antiguas construcciones.”
Pero Valdivia y su rio eran muy bellos, eran muy importantes, también en aquel entonces. Se le llamó “llave del Pacífico” y “Gibraltar Americano”.
Y regresaron los hombres blancos en sus barcos y reconstruyeron la ciudad y la fortificación. Levantaron defensas desde la desembocadura del rio. Y así fue como se alzaron los castillos y fuertes de Amargos, Corral, Niebla, Manceras, San Carlos, Baides, Chorocamayo y el mío, ahora sumergido, Carboneros.
Estos castillos que durante un largo tiempo, casi dos siglos, vomitaron fuego sobre cualquier atacante hoy están en ruinas y sus cañones cerrados. El único que se mantienen intacto es el mío. Solo el agua va suavizando sus piedras…
El viento se arremolino en torno a los perros como si quisiera llevarse la historia de castillos y tesoros lejos, hacia las montañas donde moraron guerreros sin piedad.